lunes, 9 de abril de 2012

LA DESGRACIA DE TRANSFORMARSE EN UN PACIENTE

  
Siempre me llamó la atención la “magia” del cuerpo humano, como una obra perfecta de ingeniería biológica. Así fue que nació mi inclinación hacia la medicina, en función de cómo conservar, reparar y hasta mejorar su funcionamiento.
  Como el ser humano, como toda otra especie, conforma un todo, según su Naturaleza, quise ir más allá de lo mecánico-funcional de un cuerpo humano. Profundicé mis estudios, en su momento, y me acerqué a la parte psicológica en cuanto a cómo repercuten en ese todo magnífico del cuerpo humano los sentimientos, pensamientos y respuestas propias del individuo. Por eso, y mucho más, me convertí en orientadora psicológica.
  Luego, vinieron otras posibilidades de interiorizarme y “enamorarme” de la medicina Ayurvédica en la India. Luego, vino la medicina Ortomolecular. Ambas, que no contaban con equivalencias en la facultad de medicina de donde me encuentro. Pues bien, me dediqué a investigar para levantar el perfil inmunológico del ser humano; y tomé, equilibré y armonicé todo lo aprendido para una mejor comprensión y aplicación de soluciones integrales de situaciones presentes en las sintomatologías.
   Para que se manifieste una enfermedad, el origen de la misma, primeramente se originó en la mente del individuo; según la intensidad y repetición de lo que alberga en su mente, dará por resultado la manifestación en su plano físico.
   Tuve oportunidad de enterarme de una situación de una persona. Lo suyo se manifestó como una “explosión” y terminó siendo atendida en un hospital público. La persona profesional que accedió a atender su situación, en un principio, amable. Le atendió estando presentes dos personas recién recibidas en medicina.
   La verdad que, ya a toda persona que debe recalar en un consultorio, hospital, centro asistencial, etc., no se siente del todo bien en cuanto a lo que esos lugares representan, amén de su situación personal de no-salud… Y, encima, tener que estar “expuesta” a personas “ajenas” a la consulta; quienes, cual abejorros “entusiasmados” para las que todo es nuevo y “divertido” y recién están estrenando su primer delantal.
   La verdad que es más que humillante para el consultante… El profesional está aceptando y le está robando su intimidad, sus miedos; sus dudas, etc. Realmente, indigno.
   Luego, vino la “sentencia” de la sintomatología, según la “cartilla-establecida-de-enfermedades-clásicas-y-aprobadas-por-los-profesionales”.
   Siempre pensé, sentí y defendí la idea de que se puede transmitir una información, desde la más grande, o grave, o sencilla, teniendo en cuenta la delicadeza y el modo en que lo transmito… Parece que eso, en la actualidad, no cuenta para nada!.
   Me comentaron que hace muchos años, está estipulado y aprobado, el cruel ejercicio de decirle al paciente todo junto sin importar el choque psicológico que le puede ocasionar. Pero… Después le aconsejan que asista a reuniones de grupo de autoayuda.
   A todo esto, en la primera entrevista, entre la persona profesional y sus “dos-me-pregunto-que-hacían-ahí-las-dos-personas-jóvenes-recién-recibidas”; porque, parece, que ambas, no iban a seguir la especialidad, y ya estaban comentando lo “estipulado” de los pasos que se siguen según esa sintomatología.
   Me hizo pensar, por lógica, ¿Qué estarían haciendo esas dos personitas en esa consulta?. ¿Por qué esa persona profesional les daba tanta cabida?. ¿Quería quedar bien con ambas?.
   Siempre pensé y sostengo que la privacidad de cada situación es más que importante en cada caso. Que debe primar un gran respeto en todo momento.
   Luego, esta persona, comenzó a realizarse una serie de estudios; y, aún faltándole el resultado más importante que identificara la real sintomatología; en cada uno de los otros resultados, ya colocaban como “resultado” identificatorio, la sintomatología que la persona profesional ya había “dictaminado”.
   A todo esto, me extrañó su comentario sobre el detalle, de que fue a una posterior entrevista y, la persona profesional, parece que le encontró una cierta mejoría y su trato se volvió agresivo; que mientras le hablaba, “mordía” las palabras y le sugería que no tomara uno de los remedios, (que le iban a aliviar ciertas molestias), aduciendo que le podía caer mal al estómago.
   Me detuve a pensar sobre ese comentario que me llamó la atención: ¿Cómo podía, esa persona profesional, sentirse contrariada por una cierta mejoría en el consultante?.
   … ¿O era que tenía planeado presentar su caso, bastante atípico, como trabajo de investigación para su “crecimiento” profesional?.
    La verdad, me extrañó y me hizo pensar bastante…
   ¿Puede, la persona “consultante” sentirse “feliz” de seguir siendo agredida, psicológicamente, y continuar con los estudios?.
   Con tristeza, me puse a pensar en el Juramento Hipocrático:

Juramento Hipocrático

En el momento de ser admitido entre los miembros de la profesión médica, me comprometo solemnemente a consagrar mi vida al servicio de la humanidad.
Conservaré a mis maestros el respeto y el reconocimiento del que son acreedores.
Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones.
Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí.
Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica. Mis colegas serán mis hermanos.
No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase.
Tendré absoluto respeto por la vida humana, desde su concepción.
Aún bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad.
Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor.

   ¿Lo aplican en la actualidad?. O sólo lo recitan cuando les dan el diploma?.
   
   Siempre me atrajo la medicina con ese sentimiento lindo, cálido, fuerte del:
“No dañarás”!.
   Ahora bien, tengamos en cuenta que, toda persona que pasa a la “Modalidad-de-no-sano”, se vuelve un individuo que se siente triste, sólo, abandonado y que recurre a un profesional para que le trate su dolencia. Le vé como a un dios, le teme, tal vez le adora y le obedece. Tal vez porque quiere confiar, o no le queda otra.
   Pero, ¿Qué pasa si le toca un profesional que le puede ver como un caso más, le dedica poco tiempo porque no tiene tiempo y ya está?. Y, lo más peligroso que se puede presentar en la entrevista: De qué modo se emite la información.
   EL consultante, instintivamente, le está cediendo poder al profesional; pero, ese profesional, debe tener la decencia y respeto de tener en cuenta el estado anímico del consultante.
    ¡Cuidado!. Las palabras… Destruyen o construyen!.
   ¿Y la humanidad?.
   Siempre pensé que, un título, se gana por obra, tiempo y dedicación. Sino, que cambien de “rubro”.



     ADRIANA A. GROSSI
            09/04/12